“Deseo no solamente ser llamado cristiano, sino en verdad ser hallado como tal”.
Ignacio de Antioquia, 111 d.C.

El emperador romano Trajano (102 d.c.) después de las victorias que había obtenido frente a los dacianos, los armenios, los asirios, y otras naciones del Oriente, había dado gracias a los dioses en Antioquía, y un célebre creyente llamado Ignacio de Antioquia, un discípulo del apóstol Juan, y sucesor de Pedro y de Evodio, reprobó por ello al Emperador, y esto, abiertamente en el templo.
El Emperador, sumamente enfurecido debido a aquello, mandó que apresaran a Ignacio. Pero por temor a un alboroto, ya que Ignacio era estimado por la gente de Antioquía, no hizo que lo castigaran allí, sino que lo encomendó en manos de diez soldados, trayéndolo prisionero a Roma, para ser castigado allí.Mientras tanto, se le hizo saber de la sentencia de muerte que le habían impuesto, diciéndole de qué manera y dónde habría de ser martirizado: iba a ser despedazado por las fieras salvajes en la ciudad de Roma.
Cuando Ignacio fue llevado de la presencia del senado, hacia el anfiteatro romano, con frecuencia iba repitiendo el nombre de Jesús en la conversación que él sostenía con los creyentes en su camino a la muerte. Además, repetía el nombre de Jesús en su oración secreta a Dios. Habiéndosele preguntado por qué repetía eso, respondió así: “Mi amado Jesús, mi Salvador, está tan profundamente grabado en mi corazón, que yo tengo la confianza de que si me abrieran el corazón y lo cortaran en pedazos, el nombre de Jesús se hallaría en cada pedazo”.
Cuando toda la multitud se había reunido para observar la muerte de Ignacio (pues la noticia se había difundido por toda la ciudad que un obispo había sido traído de Siria, que según la sentencia del Emperador habría de luchar contra las fieras salvajes), trajeron a Ignacio y lo pusieron en medio del anfiteatro. Entonces, Ignacio, de todo corazón, se dirigió a la multitud reunida: “A ustedes, romanos, a todos ustedes quienes han venido a ser testigos de este combate con sus propios ojos, sepan que este castigo no se me impone por mala conducta o algún crimen, pues de ninguna forma he cometido, sino para que vaya a Dios, a quien mucho recuerdo y a quien llegar a disfrutar es mi deseo insaciable. Pues, yo soy el grano de Dios. Molido soy por muelas de bestias para que sea hallado pan puro en Cristo, quien es el pan de vida para mí”. Terminado esas palabras, dos espantosos y hambrientos leones fueron soltados hacia él de sus fosos. Instantáneamente lo despedazaron y devoraron, sin dejar casi nada, ni de sus huesos.
Muchos hablamos de fe, sin embargo son las circunstancias que revelan el carácter de nuestra fe. Cuando todo va “bien” en nuestras vidas, la fe parece algo que adorna nuestra ética, pero, cuando vienen los grandes desafíos, se prueba el carácter de nuestra fe. Hebreos 11:1 dice: “la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve”. Hoy es un buen día para reflexionemos juntos si nuestra fe cumple estos 3 aspectos esenciales: ¿conozco mi fe? ¿estoy de acuerdo racionalmente con ella? ¿practico lo que digo que creo?
“Las dificultades son la comida con que la fe se alimenta.”
George Müller
Dios te bendiga.
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